Cuando hablamos de la tierra donde crece la vid, es necesario tener en cuenta que es uno de los factores permanentes de nuestro viñedo y, por lo tanto, una de las características presentes en los vinos resultantes.
Cada zona presenta más de un tipo de suelo. Por ejemplo, el Priorat no es solo
llicorella, también existen arcillas, ferruginosas o granito dependiendo de la zona.
Aunque existe la teoría de que la mineralidad no tiene cabida dentro del vino, se puede saber si un vino procede de suelo calcáreo por las sensaciones polvorientas a piedra blanca o si proviene de tierra arcillosa gracias a los tintes metálicos que recuerdan a la sangre. A su vez, el granito aporta aromas picantes y si hay algún río o fuente cerca del viñedo, percibiremos una sensación de piedra fría de río.
Así, las sensaciones producidas por el tipo de suelo junto al resto de la cata -color, aromas, sabores y sensaciones- nos llevarán sin duda a la región de origen de cada uno de los vinos.
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